octubre 24, 2009

La novela de mi amigo

Desde el otro lado

Comentarios al libro de Adolfo Laborde

Por Marco Millán

1.- Se trata de la memoria. Se trata ahora, de la vuelta atrás, para mí, al menos, de veinticinco años atrás. Conocí a Adolfo en la adolescencia, en los juegos, los deportes, las escuelas, las primeras borracheras. Acudo a este lugar por eso, por una larga, constante marca, constante huella. Huellas de memoria. Las de entonces, las de siempre, las de ahora. Conocí a Adolfo cuando ochenteros, entre el rock en español (la segunda vuelta entiendo) y la trova cubana. Lo conocí, una noche de machetes y jóvenes volando sobre las aceras, los callejones y las rejas. Lo conocí los domingos cuando el sol, pleno, se convertía en estrategias de canastas y cervezas donde el Belvedere siempre esperaba. Lo conocí, noches atrás, apenas llegando al día de hoy. Lo conocí, entonces, así, yéndose de calor en calor según la ocasión, según el interlocutor, según la risa, según el llanto, según qué amor. Lo conocí, en días nublados, en lluvias, en el espacio escultórico, en los debates de imberbes periféricos, en monumental auto blanco chocando entre risas e inconsciencia colectiva en el espíritu de sábados que se multiplican. Lo conocí y apenas lo conozco. Lo conocí y ayer me acordaba de él. Lo conocí como lo conocía. No lo conocía y, así, lo conocí. Así llegamos, lentitud fugaz de esta noche, a esta hora. Así quiero hablar con él al hablar de su nuevo libro para ustedes.

2.- Diré algo de mi propósito, digamos metódico, de cómo leí el libro de Adolfo, digo de cómo lo leí para escribir esto, no de cómo lo leí para mí y las exégesis privadas que entretanto, cada noche de insomnio cada uno se reserva para sí. Diré, que haré una breve, brevísima, carrera hermenéutica hacia el texto. Por ello, también diré que hay dos reglas hermenéuticas, que intentaré seguir: la primera es comenzar ahí, justo ahí, donde el texto nos revele algo con claridad, es decir no necesariamente por el comienzo; la segunda es no hablar del autor a partir de ahora, sino de la obra. Desde luego la primera es, relativamente, más sencilla que la segunda, pero la segunda ya está justificada de antemano, pues estamos ante un texto literario, no necesariamente académico ni científico, y donde priva la advertencia inicial de que “esta historia podría o no ser real”, la cual, no disuelve la pluma de Adolfo ( ni sus, esperemos, muchas regalías), pero si permite acercarse a la obra como quien se acerca a un acertijo, a un caja cerrada por años, a una gran ciudad subterránea, a una marea de sentido. Así lo haré entonces.

3.- Hechas las advertencias previas, leo, mastico y, acaso, digiero esto: “cuando me veían escribiendo decían que no estaba haciendo nada”…un frase mía y, en el acto, de cualquiera. Sentencia incandescente sobre la memoria, sello generacional, de barrio y de ansias que carcomen, roen, los cantos de los esperanzados. Escribir es no hacer nada. Alguien veía nada en el acto de la escritura. Nada, ciertamente, que no resuelva, como siempre, la nada misma. La nada como promesa, si escribir, según la sentencia, es no estar haciendo nada, se olvida que la negación puede ser determinante, como dice Steiner. Arraigar el testimonio que emergerá con la fuerza inédita del desprecio en la tarea, suscita el escuchar que, uno no hace nada al escribir. Irrumpe el callar como la voz anticipada que reclama el rechazo a la nada de la escritura. Ahí se engendra la fuerza de la posibilidad, el vacío de escribir como la nada que todo lo llena. Los que sentencian le hacen un favor al lector de la obra. Los enemigos de la escritura, los que no valoran el “arte de escribir”, son, en verdad sus verdaderos camaradas. Yo sostengo este libro, que firma Adolfo, por ellos, y su demasiada indiferencia.

4.- “Mi vida en Japón fue como un cuento”…mi escasa memoria, inexistente posibilidad real de plena comprensión, me llevó a mí, después de esto a Basho y sus sendas de Oku:

Terco esplendor:

frente a la lluvia, erguido

templo de luz.

Extrañé mil páginas más sobre Japón, hubiera querido que esta parte de la obra fuese la enorme mano de Toyotomi Hideyoshi, ya no sólo unificando a Japón, sino mi escasa comprensión sobre el espíritu de esa vasta y misteriosa tierra. Quería desde hace dos meses, mil historias más del oriente brillante, cien caricias más de Miyoko. Treinta y cinco borracheras más con Terence y Supasawado. Al menos diez lunas más con Miko y seiscientas maneras de describir el rostro de Matsushita Sama. Pido y no pido eso, pues ésto que está, ya es aquello.

5.- Dos constelaciones del ámbito académico, diametralmente opuestas: a) el ámbito académico como libre territorio de las arrogancias y b) las alumnas como piezas de un rompecabezas sin posible ensamblaje. En cuanto a la primer constelación se lee: “Cuando regresé a la UNAM a seguir con los trámites de mi programa de doctorado me enteré que un grupo de profesores se oponía a que tuviera dos doctorados” Ahí despunta la arrogancia académica, acaso la más pulida y sutil de las arrogancias. La arrogancia del “usted qué sabe” “aquel que va a saber” “a nadie le importa el tema que él trabaja” “no está actualizado”, la arrogancia de la falta de límites, de la falta de aprecio del otro, de la exclusión del recién llegado. Arrogancia como autoinmolación académica, donde la haya. En cuanto a la segunda, menos arrogante: “… la bella Margot, otra de mis alumnas preferidas, y no precisamente por su inteligencia”. Margot como Alcibíades, Margot era Hanna Arendt, Margot era Eloisa, sin su cerebro se deduce, pero con su encanto. La enseñanza como movimiento de carpintería y electrónica 3G, la enseñanza como pulso y persuasión, la enseñanza como aliento de los celos y la rivalidad. Margot apareció así quizá, en la revuelta de los discípulos, en especial de las discípulas. Margot se fue de espiritista y de secta, como quien se va a un concierto de rock. Se fue y ahí está. Comprensión erotizada por la enseñanza, así llega, ahora, Margot y así se va.

6.- Desde el otro lado, sueños dejados, buscados y de regreso. Autobiografía indecidible, migrantes y amantes prófugos. Muchos viajes de avión, muchas horas de vuelo que acumulan sentencias, declaraciones, confidencias. Consulados y liderazgos distinguidos, en el reverso de un imposible centro de adicciones. Revelaciones y diagnósticos mal y bien empleados. Onomatopeyas inconsistentes como la vida misma. Vida apenas novelada en el apenas.

7.- Desde el otro lado, envío interminable de afectos y efectos bien y mal calculados. Novela onírica, memorias y detritus verbales. Un imposible Roberto y un malentendido Juan Domingo, acaso enrollados y auténticos Tapirulíes, sin encanto. Hernán como amoroso resorte y una auténtica Valentina, ella sí, aquí a nuestro lado.

8.- Desde el otro lado. Puerta abierta, cerrojo sin llave. Se trata de la memoria, de su flujo vital, de su sed de patria. Se trata y no, de la diferencia entre mapa y territorio. Se trata y no, del despertar y del dinosaurio de nuevo. Se trata de un comienzo y un final, de una ruta, de un cenote, de un aula, de una cerveza, de un rumiar, de una lagartija verde que se escurre. Se trata de tratar, de intentar, de seguir y no llegar. Sólo de caminar y de leer. Sólo de mirar y leer, de leer y leer.