Gadamer nos ofrece un ejemplo vivo de la pasión que se trasmite cuando, en el recuerdo de sus años de aprendizaje, aparece la figura de su maestro Heidegger: “Hizo de las clases algo completamente distinto, y éstas dejaron de reducirse a la mera “exposición de una lección” del profesor convencional que solía aplicar todas sus energías a sus investigaciones y publicaciones personales. Los grandes monólogos sobre libros perdieron gracias a él todos sus privilegios. Lo que Heidegger ofrecía era mucho más: la plena entrega de todas sus fuerzas –y qué fuerza de ingenio- de un pensador revolucionario que casi se asusta de la osadía de las preguntas que él mismo iba formulando cada vez con mayor radicalidad, pero al que la pasión por el pensamiento llenaba de tal modo que se transmitía a su auditorio con una fascinación irrefrenable”. El aprendizaje deviene en un acontecimiento que no implica la enseñanza desde teoría pedagógica alguna. Es conocido que no sólo Gadamer se expresó así de Heidegger, también lo hicieron en ese sentido otros famosos discípulos suyos que, entretanto, hicieron sus propios caminos del pensamiento desde el cómo del filosofar y no desde el qué de la enseñanza de su maestro, siendo el caso que muchos tomaron posturas diametralmente opuestas a Heidegger (Apel, Marcuse, Löwith y otros). Otro ejemplo lo ofrece Shizuteru Ueda al referirse a su maestro Suzuki: “creo que lo único que puede mover realmente a una persona a creer que el zen puede ser el mejor camino, y a perseverar en él una vez emprendido, es una persona real que pueda servir de ejemplo vivo. D.T. Suzuki, cuyos libros me iniciaron en el zen, fue la persona que me inspiró este camino…su influencia no procedía de sus libros (de los cuales he leído muchos) sino de algo que percibí en él, una especie de verdad viva de un alcance mayor de lo que soy capaz de expresar en papel” . Una pasión en la transmisión de caminos del pensar conduce a una verdad viva inefable. Conduce a un cómo, pero nunca a un qué.
marzo 28, 2008
Enseñar Filosofía? (IV)
marzo 21, 2008
Enseñar Filosofía? (III)
Ya no se enseña a memorizar, sin embargo es algo que uno tiene que aprender si ha hecho del pensar filosófico su camino. Porque como indica en otro lugar Steiner: “Aprender de memoria significa, en primer lugar, trabajar con un texto de una forma absolutamente excepcional. Lo que uno ha aprendido de memoria cambia con uno mismo, y la persona se transforma con ello, a su vez, a lo largo de toda su vida”. La práctica de la filosofía requiere del trabajo con textos que cambiarán con uno mismo desde la memoria, pero eso no se enseña (en las escuelas), eso se aprende (en las escuelas, también). Un curso de filosofía que no trabaje un texto desde el cultivo de la memoria, está destinado a ser sólo amnesia planificada en un plan de estudios. Al cultivo de la memoria hay que añadirle el cultivo del silencio. No confundamos el aburrimiento con el silencio, que muchas de las aulas más bulliciosas, lo son porque reina en ellas el aburrimiento. Mas el silencio tiene que ver con la memoria y con los caminos del pensamiento. Un maestro del que se aprende, no llama al respeto ni al orden, ni al silencio en sus clases de un modo aparatoso y amenazante. Un maestro del que se aprende se le respeta naturalmente. De un maestro del que se aprende, lo primero que se aprende es el silencio –no impuesto bajo amenazas-. Del silencio emerge la respuesta a una pregunta aún por formular. Del silencio emerge la respuesta a una duda que apenas se está sabiendo que se tiene, que aún no se pensaba. La memoria y el silencio conducen a la pasión. La pasión es lo que se aprende por encima de lo que se enseña. Una enseñanza filosófica sin pasión no produce aprendizaje. Cabe añadir que no hay que confundir pasión con acciones estratégicas de carácter dramatúrgico destinadas a la persuasión negativa.
marzo 19, 2008
Enseñar filosofía? (II)
La enseñanza masificada actual parece estar conformada más de persuasión que de pasión. Con persuasión a los estudiantes (discípulos, educandos o alumnos) se les puede enseñar corrientes, escuelas y autores de filosofía, se les puede enseñar a elegir entre éstas y aquellos, se les puede “invitar” a que se lea un texto en lugar del otro, a que se lea desde un cierto ángulo un texto o contexto, a que se matriculen en un curso y no en otro, etc, es decir se les puede persuadir para bien o para mal, siempre en la pretensión de enseñarles algo. Pero la filosofía no se enseña con esas rutinas académicas de la persuasión que invitan a crear comunidades de sentimientos y frustraciones compartidas. Dice Steiner: “Un maestro invade, irrumpe, puede arrasar con el fin de limpiar y reconstruir. Una enseñanza deficiente, una rutina pedagógica, un estilo de instrucción que, concientemente o no, sea cínico en sus metas meramente utilitarias, son destructivas. Arrancan de raíz la esperanza. La mala enseñanza es, casi literalmente, asesina y, metafóricamente, un pecado” (Steiner: 2004). Parte de la mala enseñanza radica, dicen algunos pedagogos, en el aprenderse de memoria las cosas. Pensemos exactamente lo contrario: lo único que se puede aprender (y particularmente en filosofía) radica en un uso fructífero de la memoria.